No tengo ya fuerza para escribirte los versos más tristes, tampoco los más felices, sólo queda la esperanza de aquel día en que viniste a robarme cuatro mil cosas del corazón. Abriste las puertas violentamente y cuando me di cuenta todo terminó, tú ya no estabas ahí y aquel nervioso latido que siempre me acompañaba se desvaneció para siempre. Desde entonces no he vuelto a vivir como antes, a partir de aquel momento comencé a odiar el silencio de miradas.
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