divendres, 27 de febrer del 2009

Mientras te quiero, cuando me quieres.

Si me dicen que intento coger el cielo con las manos es porque pretendo alcanzarte a ti, princesa. Niña que guardas la ternura en tus ojos, cielos metafóricos casi irreales. Alcanzarte para soñar entre las nubes de tu pelo, sentir el viento con tu respirar, entre las ojas al susurrar. Claro el cielo en tu interior. Regálame un poco de tu compañía, mientras te busco, mientras te sigo, mientras te quiero, cuando me quieres.

Regalo del cielo.

Te voy a regalar un pedacito de cielo para que lo tengas junto a la cama, para que sepas que en ese precioso azul estamos tú y yo. Te voy a enseñar a volar más alto, sabes que me gustan las chicas que vuelan, si no saben levantar los pies del suelo: ¡adiós!. Tú volarás más alto, para soñar mejor, para amar en cifras infinitas, para verlo todo desde otro punto de vista, para verme a mí tan pequeñita que descenderás a buscarme, a besarme. Entonces yo diré: Dios ha puesto un ángel en la tierra para mí.

dilluns, 23 de febrer del 2009

Inventario.

Tengo algunos sueños en un cajón de cielo, los he guardado para ti. Porque si no soñamos juntas no tiene sentido, porque si no somos dos no importan nuestros tequieros. Por cierto, también tengo tequieros guardados en un cajón, esta vez tan rojo como un corazón, ¡y es que nunca he tenido el corazón tan rojo! También guardo besos en mis labios, bajo llave por supuesto, que no me los robe nadie más que tú. Siendo sincera, ya me has robado, aunque más bien fuera un regalo, todo lo que merece ser robado: cuatro sueños, tres tequieros, dos besos y un corazón...

dimecres, 18 de febrer del 2009

Viven en conchas.



Se encuentra a oscuras. A diferencia de la oscuridad de la noche, esta es cerrada, carente de profundidad o extensión. Oye una pesada puerta que se abre lentamente. Un rayo de luz entra disparado, pero no está tan bien definido como eso. Sin embargo, para unos ojos acostumbrados únicamente a la oscuridad, el débil destello se ve como fuegos artificiales.
- ¡Parad! Por favor,¡os lo ruego! ¡Soltadme!
Los gritos de un joven resuenan en el vacío. Ninguna voz le responde.
En la oscuridad, Kaim cuenta los pasos. Han entrado tres hombres. Los pasos desacompasados probablemente son los que marca el joven. Los otros dos están perfectamente coordinados.
- Por favor, os lo ruego. Si lo que queréis es dinero, fuera os conseguiré todo el que podáis pedir. Lo prometo. Sabré agradecéroslo. Por favor.
La única respuesta de los dos hombres que han traído hasta aquí al joven es el ruido metálico de una cerradura de hierro al abrirse.
- ¡No! ¡No! Por favor, os lo ruego. Haré lo que queráis. ¡Lo que sea!
Un ruido sordo es el sonido de la carne al rasgarse y del hueso al dislocarse. Alguien se desploma sobre el suelo. Un grito ahogado. El ruido metálico de una cerradura de hierro al cerrarse. Kaim sabe que han arrojado al joven a la concha de enfrente en diagonal a la suya. Cuando estas encerrado en una de estas conchas sin ventanas, tus oídos se vuelven sumamente sensibles.
- ¡No lo hagáis! ¡Sacadme de aquí! ¡Por favor! ¡Quiero salir!
Por el sonido de la voz, Kaim imagina la cara de un joven con rasgos infantiles: un matón de poca monta apenas un escalón por encima de un miembro de una banda adolescente. Sin duda, cuando aun estaba en la calle, solía pavonearse por la acera con sus astutos pero cobardes ojos mirando a todas partes.
Los dos hombres que lo han traído se mantienen en silencio hasta el final; sus pasos se alejan al compás. La pesada puerta se abre y se cierra de nuevo.

Solo en la oscuridad, el joven berrea sus súplicas durante un tiempo, pero cuando comprende que no servirán de nada, grita hasta quedarse ronco, soltando una maldición tras otra hasta que empieza a sollozar.
- Cálmate - grita un anciano desde una de las conchas interiores -. No te servirá de nada montar un alboroto. Ríndete, chaval.
Es la voz del hombre más viejo de los que viven alrededor de doce conchas alineadas en la oscuridad. Ya estaba aquí cuando mandaron a Kaim a este lugar. Siempre calma y da consuelo a los recién llegados escandalosos.
- Si tienes tiempo de vociferar así, mantén los ojos cerrados.
- ¿Cómo...?
- Tan solo asegúrate de seguir disfrutando tus recuerdos del exterior, como si fueran un trozo de caramelo.
De las conchas a los alrededores llegan sonidos de risas contenidas. Kaim se une con una sonrisa y un suspiro. Se supone que todas las conchas en esta oscuridad están llenas, pero pocos de sus habitantes se ríen.La mayoría ha perdido las fuerzas para reír.
- Oye, chaval - el viejo sigue en su papel de asesor del recién llegado -, tanto alboroto no sirve de nada.
La mayoría ha perdido las fuerzas para reír.
- Tan solo cálmate y acepta tu suerte. De lo contrario...- y aquí aparece una nota de intensidad en la voz del hombre -, te sacaran de aquí con los pies por delante.

Eso es exactamente lo que le pasó ayer al anterior inquilino de la concha del joven. Había estado gritando intermitentemente durante un día. Hasta que llegó al punto de golpearse la cabeza contra la pared de la concha. Después nada...hasta que lo sacaron a rastras en silencio.

- Así que aguanta, chaval. No dejes que la oscuridad te trague. Cierra los ojos e imagina un bonito paisaje de fuera, cuanto más grande, mejor: el mar,el cielo o un campo de hierba inmenso. Recuerda. Imagina. Es el único modo de sobrevivir en este lugar.
Siempre da ese consejo a los recién llegados. Pero el joven grita con lágrimas en los ojos:
- ¿A quién diablos crees que estás engañando? ¿Sobrevivir en este lugar? ¿Y después qué? Sé lo que es este sitio. Una prisión "sin salida". Mandan a los condenados a cadena perpetua aquí, les dan la comida justa para mantenerlos vivos y al final la palman de todos modos. ¿Me equivoco? No hay nada por lo que tener esperanza.
Los gritos se convierten en sollozos de nuevo. Esta es la reacción de la mayoría de los recién llegados. Y sus razones tienen. Esto es una prisión. Cada "concha" es una celda solitaria con barrotes, y el sol brilla sobre el prisionero solo el día de su funeral.
- Todo el mundo muere, chaval, eso está claro. Pero no puedes dejar que tu mente se vaya antes que tu cuerpo. La esperanza no se pierde a menos que tu mismo la deseches.
- continúa el viejo en voz baja, y prosigue solemnemente -. El sistema bajo el que vivimos tampoco puede durar mucho más.

El viejo es un prisionero político. Como líder de una facción opuesta al gobierno, se resistió a la dictadura durante mucho tiempo hasta que finalmente perdió la lucha y lo encarcelaron.
Sin embargo, el joven no oye las palabras del viejo. Sigue tirado en el suelo llorando. Este tipo no estará en su concha mucho más que su predecesor. En unos pocos días, o en menos de un mes como máximo, se hará pedazos. Así de fuerte es la oscuridad. Privar al prisionero de luz es bastante más cruel que arrebatarle la vida en un momento.
- Vaya, vaya - reflexiona el viejo - este tipo no nos servirá de mucho en una fuga.
El viejo revolucionario ríe. Puede que sea una risa auténtica o una fachada atrevida, pero en cualquier caso casi nadie responde con una risa.

Mañana por la mañana, o mejor dicho, y ya que en la oscuridad no hay una "mañana" bien definida, después de que duerman, despierten y tomen la siguiente comida, sacarán otro frió cadáver de una concha sin una palabra.

- Oíd, muchachos. ¿Cuántos estamos aquí ahora? - pregunta el viejo revolucionario -. Responded si podéis oírme.
- Te escucho - dice Kaim.
La única voz es la suya.
- Vaya calamidad. Hace poco estábamos hasta arriba - el viejo ríe entre dientes.
- Me pregunto si habrá pasado algo ahí fuera - dice Kaim.
- Puede que sí - responde el viejo revolucionario -. En mi opinión, este sería el momento apropiado para un golpe de estado o una revolución. Mi gente no va a estarse quieta mucho más... Eh, ¿cómo dijiste que te llamabas? ¿Kaim? ¿Te has dado cuenta de lo que ocurre? Últimamente ya no encierran a tanta gente como antes, y de los que traen nuevos, la mayoría son auténticos don nadie que no merece la pena condenar de por vida.
- Pues sí...

El joven era uno de ellos, tan solo un ladrón de poca monta. Lo que sucedió es que entró a robar en un almacén que pertenecía a un rico con contactos con un político poderoso. Por eso lo metieron en una concha. Las conchas solían estar llenas. Traían aquí a un puñado de hombres, que morían; entonces traían hombres nuevos, y ellos morirían... El chico era uno de esos. El terror de estar envuelto en tinieblas fue demasiado para él, y se hizo pedazos. Aparentemente al final tenia alucinaciones: "Ya voy, mamá, ya voy. Espérame, por favor, mamá...", repetía una y otra vez al igual que un niño. "¿Dónde estás mamá? ¿Aquí? ¿Estás aquí?"... y se arrancó los ojos con sus propias manos.
Supongo que las cosas se estaban poniendo feas ahí fuera, con la policía perdiendo el control, y el gobierno a punto de derrumbarse, y por eso las conchas estaban siempre llenas. Eso es lo que trajo aquí al joven. Murió con la sangre corriéndole de las cuencas de los ojos y mascullando entrecortadamente: - ¿Qué he hecho yo? Todo el mundo lo sabe... Hay muchos tipos mucho peores que yo...

- Pero ahora esto está vacío. ¿Sabes lo que significa, Kaim? Claro. Hay tantos crímenes ahí afuera que el gobierno ya no puede contenerlos. Lo has pillado. Por lo que sabemos puede que ya hayan colgado a toda la familia real. Es una revolución. Ocurrirá cualquier día. Eso significa que tú y yo saldremos de aquí. Mi gente vendrá y nos sacarán. Tan solo aguanta un poco más.
Kaim asiente en silencio. El viejo revolucionario continúa.
- No muchos podrían permanecer en calma como tú, arrojados en una concha y envueltos por las tinieblas de esta manera.

Ni siquiera Kaim puede explicarlo. Es cierto que estaba extrañamente tranquilo cuando lo metieron en la concha. Parecía reconocer la oscuridad como un recuerdo distante. En el pasado remoto, puede que él también hubiera saboreado la angustia de los habitantes de otras conchas torturados por el miedo de estar encerrados en la oscuridad.

- No, yo no...
Apenas merece la pena hablar de su crimen. Se resistió a las preguntas cuando lo trajeron como sospechoso, por eso se le tachó de rebelde y lo metieron en una concha. Aunque el viejo probablemente tenga la razón. Es casi seguro que la dictadura del país está en sus últimos días.
- Ya no queda mucho. Estaremos de vuelta en el mundo real antes de que nos demos cuenta. Tengo esperanza, y no la perderé hasta que no me abandone a mí mismo - masculla el viejo revolucionario como si tratara de convencerse a sí mismo.

Poco después la prisión cae. Jóvenes armados entran cargando en la oscuridad y abren las puertas de las conchas. El viejo revolucionario abraza a su gente y sale.
- ¡Espera!- grita Kaim, intentando retenerlo.
Pero es demasiado tarde. Ansioso por ver el nuevo mundo después de la destrucción del antiguo sistema, el viejo revolucionario sale afuera y abre los ojos.
Es por la tarde. Aunque el sol casi se ha puesto, la luz es lo bastante fuerte como para quemar unos ojos acostumbrados a la oscuridad total. El viejo revolucionario se pone las manos sobre los ojos y con un gruñido cae de rodillas.
Kaim se salva a sí mismo cubriéndose los ojos con el brazo. Ni siquiera él sabe qué le hizo hacer esto. ¿Acaso los recuerdos del pasado le han enseñado que lo realmente aterrador del castigo en la oscuridad es lo que sucede después de la liberación?

¿Cuándo he estado prisionero y dónde? Y lo que es más importante, ¿cuánto tiempo llevo en este viaje sin fin?

Con los ojos sangrando, rodeado en el suelo por sus chicos, el viejo revolucionario busca a Kaim.
- Llegué hasta aquí, Kaim, solo para cometer un terrible error al final. Ahora probablemente mis ojos son inútiles.
Por eso precisamente le pide a Kaim un último favor.
- Dime Kaim, ¿cómo es el mundo de fuera? ¿Ha triunfado la revolución? ¿Se ve a la gente feliz? ¿Sonríen con alegría?
Kaim abre los ojos lentamente, y tan solo un poco, bajo la sombra de su mano.
Hasta donde puede ver, el suelo está lleno de cadáveres. Los cuerpos de las tropas reales y las revolucionarias se apilan unos sobre otros, y hay innumerables civiles muertos. Una madre yace muerta con su pequeño hijo en brazos; el sangriento cadáver del padre está junto a ellos, con los brazos extendidos en un intento inútil de protegerlos.

- Dime lo que ves, Kaim.
Kaim reprime un suspiro y responde.
El viejo revolucionario siente la verdad.
- Pase lo que pase, no abandonaré la esperanza, Kaim.
Kaim asiente, consciente de que así lo hará, y comienza a caminar.
- ¿Adónde vas?
- No lo sé... A cualquier parte.
- ¿Por qué no te quedas aquí y construyes un nuevo mundo con nosotros? De entre todos, tú puedes hacerlo, lo sé.
- Gracias, pero me marcharé de todas formas.
El viejo revolucionario no trata de retener a Kaim más. En su lugar, como regalo de despedida, le repite las palabras que tan a menudo decía en la concha:
- Siempre habrá esperanza, donde quiera que estés, hasta que tú mismo la abandones.¡Nunca lo olvides!

Kaim sigue adelante. Sus ojos se encuentran por casualidad con el cuerpo de un joven muchacho a sus pies. El chico exhaló su último aliento con los ojos completamente abiertos por el miedo. Kaim se arrodilla y con cuidado cierra los parpados del chico.

Muy adentro sabe, en un recuerdo demasiado alejado para que incluso él lo alcance, que mientras que la oscuridad puede ser una gran fuente de terror, también puede traer una paz intensa y duradera.



KIYOSHI SHIGEMATSU
Mil años de sueños (Lost Odyssey)

dilluns, 16 de febrer del 2009

La partida de Hanna.




Los miembros de la familia tienen los ojos llorosos cuando dan la bienvenida de nuevo en la posada a Kaim tras su largo viaje.
- Muchísimas gracias por venir.
Kaim comprende la situación al instante. La hora del adiós está cerca. Pronto, demasiado pronto. Pero ya sabía que este día llegaría tarde o temprano, y no en un futuro lejano.
"Puede que no te vuelva a ver más", le había dicho ella con una triste sonrisa cuando partió de viaje. Estaba acostada en la cama, sonriendo con su rostro de blancura casi transparente, terriblemente frágil, y por ende indescriptiblemente bello.

- ¿Puedo ver a Hanna?
El posadero asiente ligeramente con la cabeza.
- Pero no creo que vaya a reconocerte.
Le advierte a Kaim de que no ha abierto los ojos desde anoche. El ligero movimiento de su pecho indica que aún se aferra a un frágil hilo de vida, pero podría romperse en cualquier momento.
- Qué pena... Sé que para ti era muy importante venir a verla...
Otra lágrima resbala por la mejilla de la mujer.
- No te preocupes, no pasa nada - la tranquiliza Kaim.
Ha presenciado innumerables muertes, y su experiencia le ha enseñado mucho.
La muerte arrebata el habla en primer lugar. Luego la vista. Sin embargo, lo que sí aguanta hasta el final es el oído. Aunque el enfermo pierda la consciencia, no es extraño que las voces de los familiares provoquen sonrisas o lágrimas.

Kaim rodea con su brazo el hombro de la mujer.
- Tengo muchas historias de viajes para ella. Llevo esperando esto todo el tiempo que he pasado fuera.
En lugar de sonreír, la mujer deja escapar otra gran lágrima y asiente.
-Y Hanna esperaba poder oír tus historias - dice con palabras entrecortadas por el llanto.
El posadero interviene. - Ojalá pudiera pedirte que descansaras del viaje antes de verla, pero...
- Por supuesto, la veré ahora mismo - dice Kaim, interrumpiendo la disculpa del hombre.
Queda muy poco tiempo. Hanna, la única hija del posadero y su esposa, probablemente no pase del próximo amanecer. Kaim deja su equipaje en el suelo y abre sin hacer ruido la puerta del cuarto de Hanna.

Hanna fue muy débil desde su nacimiento. Lejos de disfrutar de la oportunidad de viajar, apenas había salido del pueblo, siquiera del vecindario, donde había nacido y crecido. El médico había dicho a sus padres que aquella niña difícilmente llegaría a adulta. Los dioses habían reservado un triste destino para aquella diminuta niña de rasgos de muñeca extraordinariamente bellos. Tal vez los propios dioses intentaran expiar esta cruel injusticia haciendo que la niña fuera la hija única de los dueños de una pequeña posada de carretera. Hanna no podía ir a ninguna parte, pero los huéspedes de la posada de sus padres le solían contar historias sobre ciudades, países, paisajes y gentes que ella nunca conocería. Cuando un nuevo huésped llegaba a la posada, Hanna siempre desplegaba su batería de preguntas: "¿De dónde eres?". "¿A qué te dedicas?. ¿Me cuentas una historia?". Solía sentarse y escuchar aquellas historias con ojos brillantes y vivos. Instaba al viajero a pasar rápido al siguiente episodio con un "¿Y luego? ¿Y luego?". Cuando se marchaban, siempre les rogaba:
- "¡Por favor, vuelve y cuéntame montones de historias sobre países lejanos!
Solía quedarse despidiendo con la mano al viajero hasta que desaparecía de la vista por la carretera. Luego soltaba un melancólico suspiro y volvía a la cama.

Hanna duerme profundamente. No hay nadie más en la habitación, lo que tal vez indica que hace tiempo que los médicos la dieron por perdida.
Kaim se sienta en una silla cercana a la cama y la saluda con una sonrisa. - Hola, Hanna. He vuelto.
Ella no responde. Su pequeño pecho, que aún no tiene los rasgos del de una adulta, sube y baja casi imperceptiblemente.
- Esta vez fui mucho más allá del océano - le cuenta Kaim -. El océano del lado desde el que sale el sol. Tomé un barco en un muelle lejos, lejísimos, mucho más allá de las montañas que ves desde esta ventana, y estuve en alta mar desde el momento en que la luna era un círculo perfecto en el cielo, mientras fue haciéndose cada vez más pequeña y luego cada vez más grande, y hasta que estuvo llena de nuevo. Allá donde alcanzaba la vista no había más que mar. Tan solo agua y el cielo. ¿Te lo imaginas, Hanna? Nunca has visto el mar, pero estoy seguro de que la gente te habrá hablado sobre e´l. Es como un charco enorme e infinito.
Kaim se ríe para sí mismo y parece que las mejillas pálidas de Hanna se mueven ligeramente. Puede oírlo. Aunque no pueda hablar ni ver, sus oídos aún están vivos. Kaim, convencido y confiando en que eso sea verdad, continúa el relato de la historia de sus viajes. No dice palabras de despedida.
Como siempre con Hanna, Kaim sonríe con una dulzura que nunca ha tenido con nadie más, y prosigue narrando sus historias con una voz alegre, que a veces incluso acompaña con gestos exagerados.
Le habla del océano azul.
Le habla del cielo azul.
Pero no le dice nada sobre la despiadada batalla naval que tiñó de rojo el océano.
Nunca le habla sobre esas cosas.

Hanna aún era una niña muy pequeña cuando Kaim se hospedó por primera vez en el hostal. Cuando, con su dicción infantil y su sonrisa inocente, ella le asaltó con sus preguntas sobre su orígen y le pidió que le contara sus historias, Kaim sintió algo dentro de su pecho. Aquella vez volvía de una batalla. Más exactamente, había terminado una batalla e iba de camino a otra. Su vida consistía en vagar de un campo de batalla a otro, y nada de eso ha cambiado desde entonces. Ha sesgado la vida de innumerables soldados enemigos y presenciado la muerte de infinidad de camaradas en el campo de batalla. En realidad, lo único que separa a los enemigos de los camaradas es una mera cuestión de suerte. Si las ruedas del destino hubieran girado de manera diferente, sus enemigos habrían sido camaradas y sus camaradas, enemigos. Tal es el sino del mercenario.
En aquella época estaba destrozado y se sentía insoportablemente solo. Como ser inmortal, Kaim no temía a la muerte, razón por la cual los rostros de los otros soldados están deformados por el miedo, y por la que el rostro de cada hombre que murió sufriendo quedó grabado a fuego en su memoria. Normalmente, solía pasar las noches bebiendo en la carretera. Sumiéndose en el sopor etílico -o fingiendo sumirse en él- intentaba obligarse a olvidar lo inolvidable. No obstante, cuando vio la sonrisa de Hanna al pedirle que le contara historias sobre su largo viaje, sintió un consuelo más cálido y profundo del que nunca hubiera obtenido del licor.

Le habló de muchas cosas...
De una flor preciosa que descubrió en el campo de batalla.
De la belleza cautivadora de la bruma cuando invade el bosque de la noche previa al combate final.
Del incomparable sabor del agua del manantial de un barranco en el que sus hombres y él se habían refugiado tras haber perdido una batalla.
Del vasto e inabarcable cielo azul que vio tras una batalla.

Nunca le contaba nada triste. Omitía todo lo referente a la mezquinidad del ser humano y la estupidez que presenciaba sin cesar en el campo de batalla. Le ocultó su condición de mercenario, las razones que le llevaban a viajar constantemente, y le hablaba solo de cosas bonitas, dulces y agradables. Ahora comprende que si le contó a Hanna ese tipo de historias bonitas sobre sus viajes no fue tanto por no corromper la inocencia de la niña, sino por el bien de sí mismo. Quedarse en la posada en la que Hanna esperaba verle de nuevo terminó por convertirse en uno de los pequeños placeres de la vida de Kaim. Narrarle los recuerdos con los que volvía de sus viajes le hacía sentir una ligera redención, por tenue que fuera.
Su amistad con la niña continuó cinco años, diez años. Poco a poco, ella se acercaba a la edad adulta, lo que significaba que, tal como los médicos habían predicho, cada día se acercaba más a la muerte.

Y ahora, Kaim termina la última historia de viajes que compartirá con ella. No podrá contarle sus historias de nuevo. Antes del alba, cuando la oscuridad de la noche alcanza su cenit, las pausas en la respiración de Hanna se vuelven más largas. El frágil hilo de su vida está a punto de ceder mientras Kaim y sus padres la cuidan. La lucecita que anidó en el pecho de Kaim se apagará. Sus solitarios viajes, esos largos viajes sin fin, comenzarán de nuevo mañana.
- Pronto estarás partiendo hacia tus propios viajes, Hanna - le dice Kaim con dulzura -. Partirás a un mundo que nadie conoce, un mundo que nunca ha aparecido en las historias que has oído hasta ahora. Por fin podrás dejar tu cama y vagar por donde quieras. Serás libre.
Quiere hacerle saber que la muerte no es sufrimiento, sino una mezcla de alegría y lágrimas. - Ahora te toca a ti. Procura contarle a todo el mundo los recuerdos de tu viaje.
Sus padres harán ese mismo viaje algún día. Y algún día Hanna podrá reencontrarse más allá del cielo con todos los huéspedes que conoció en la posada.
Y yo, sin embargo, nunca viajaré allí.
Nunca podré escapar de este mundo.
Nunca te volveré a ver.

- Esto no es una despedida. Es solo el comienzo de tu viaje.
Le dice una última cosa.
- Nos volveremos a ver.
Es su última mentira.

Hanna parte hacia su viaje. En su rostro aparece una sonrisa tranquila, como si acabara de decir un "hasta pronto".
Sus ojos no volverán a abrirse. Una solitaria lágrima resbala por su mejilla.



KIYOSHI SHIGEMATSU
Mil años de sueños (Lost Odyssey)

dilluns, 9 de febrer del 2009

No hay salida.

Corría, huía a la desesperada. La chaqueta me iba enorme y, a mi espalda, el peso dificultaba ir más deprisa. Sin aminorar el paso volví la mirada atrás. La calle estaba completamente desierta: la tenue luz de las farolas iluminaba con un brillo amarillento las aceras de las calles que había recorrido llevada por el miedo, y lo único que se oía era el retumbar de mis pasos cansados. Al fin me detuve y, agotada, me apoyé sobre los muslos, después me sequé con la manga de la chaqueta el sudor frío provocado por el pánico. Empezaba a dudar que todo aquello fuera real, tal vez me lo había imaginado. Suspiré entre jadeos y levanté la mirada del suelo. Se me heló la sangre en un segundo al ver delante mío mi perseguidor: parecía que en ningún momento parecía que hubiera corrido tras de mí. Creía haber logrado huir, estaba completamente equivocada. Los ojos verdes se clavaron en los míos, en su presa, y parecían escrutar en mi interior con una mirada altiva. Resaltaban amenazadores sus iris esmeralda sobre la piel tostada de un rostro atractivo, de semblante frío, sobre la mirada caían con suavidad mechones de pelo rubio. Por un instante pareció que se detuviera el tiempo, pero ésta sensación se interrumpió cuando se puso bien los guantes. Realmente lo que me preocupaba era aquella gélida mirada y cómo había logrado adelantarme sin haberlo visto. Una sonrisa se esbozaba en sus labios y negaba con el dedo índice dándome a entender claramente que correr sería inútil. Sentí el frío en los hesos y, de ponto, el martillazo de la realidad. Tras aquello su mano, completamente abierta, trató de alcanzarme el cuello pero, con presa del pánico, volví a correr. El agresor parecía disfrutar con aquel juego: el gato y el ratón. Volvió a sonreír.

- Corre cuánto quieras - dijo con suavidad.

Tras sus palabras dejó un vacío en el lugar que había estado un instante antes.

dilluns, 2 de febrer del 2009

Confusión.

Tengo la necesidad inexplicable de gritar, golpear la nada y buscar respuestas a las preguntas absurdas que me abordan cada día. Irradio rabia, escupo odio y no tengo más motivo para hacerlo que el querer y no poder que me encadena a las puertas de la ignorancia, del no ser. Si lo pienso detenidamente sólo quiero saber dónde aguarda el amor verdadero, la felicidad inexcrutable y los ojos de aquel que me abraza anónimo.

Y ahora dime, ¿es absurda esta condición o sólo es un elemento más del absurdo deseo humano de saber?